«La gente yacía como una alfombra viva sobre charcos de sangre»

Cómo los detenidos en las protestas reciben palizas en las cárceles de Belarús: El terrorífico reportaje de ZNAK.com

12 agosto 2020, 18:23 | ZNAK
El corresponsal de ZNAK.com Nikita Telizhenko.
Source: ZNAK

El corresponsal de ZNAK.com Nikita Telizhenko fue detenido la tarde del 10 de agosto en Minsk, antes de una protesta contra los resultados de las elecciones presidenciales en Belarús (Bielorrusia). Había llegado al país por encargo de la oficina editorial de ZNAK.com. A las 24 horas de su arresto no podíamos comunicarnos con él. Nikita fue finalmente liberado anoche. Aquí está su relato de la comisaría de policía en Minsk y la prisión de Zhodino: palizas sin fin, dolor y humillación.

Detención

Fui detenido el 10 de agosto cuando todo Minsk estaba de camino a la segunda manifestación contra los resultados de las elecciones presidenciales en Belarús. La protesta estaba planeada en la calle Nemiga. Ya se estaban llevando vehículos y camiones de combate hacia este lugar, había muchos militares, policías antidisturbios y milicianos en los callejones y entre las casas. Yo simplemente caminaba y observaba los preparativos para las protestas. Vi cañones de agua, escribí a la redacción al respecto, y literalmente un minuto después se me acercaron agentes de policía que vestían uniformes de diario. Me pidieron que mostrara lo que tenía en la bolsa de plástico que llevaba, pensaron que era sospechoso. Les mostré que solo tenía una chaqueta. Después de eso, fui libre de irme.

Poco después, en la parada de autobús en el Palacio de los Deportes, vi cómo la policía antidisturbios agarraba a todos los que se bajaban del autobús y los metía en un vehículo. Tomé varias fotos de este proceso en mi teléfono y comencé a escribirle al editor sobre los primeros arrestos en el segundo mitin de protesta. Luego me dirigí al costado de la estela «Minsk – Ciudad Héroe», donde el día anterior hubo un verdadero derramamiento de sangre entre manifestantes y policías antidisturbios. Quería ver cómo estaba este lugar después de la carnicería. Pero a mitad de camino había un monovolumen. Y de pronto saltaron de él varios policías antidisturbios con equipos de combate. Corrieron hacia mí y me preguntaron qué estaba haciendo allí. Tal y como me enteré más tarde, estaban buscando a los coordinadores de las protestas, sabían que los manifestantes compartían información a través de la aplicación Telegram sobre los movimientos y emboscadas de la policía. Al parecer, decidieron que yo era uno de ellos. Les digo: «Ni siquiera tengo Telegram en mi teléfono, escribo mensajes de texto, soy periodista, envío mensajes de texto a la redacción». Tomaron mi teléfono, leyeron los mensajes y luego me metieron en el auto. Les dije que no había hecho nadailegal, que no participaba en el mitin de protesta, que era periodista. La respuesta fue: «Siéntese, las autoridades vendrán y lo resolverán».

Detención del periodista Siamion Pehau.
Source: Dzmitry Brushko, TUT.BY

Pronto llegó un minibús «Gazelle», estaba modificado para servir de vehículo de traslado de detenidos. Había tres compartimentos, dos de los cuales tenían una puerta ciega y una pequeña ventana. Me ataron y me pusieron ahí. Pedí un teléfono para informar a la redacción de que, después de todo, me habían detenido.

«No estás detenido», – me dijo uno de los policías antidisturbios.

«Bueno, estoy en una celda», respondí.

«Siéntate quieto», – replicó.

Luego tomaron mi pasaporte y vieron que era ciudadano de Rusia.

«¿Qué diablos estás haciendo aquí?»

«Soy periodista», respondí.

Este fue el final del diálogo con la policía antidisturbios. Y me senté en el minibús y esperé a que se llenara por completo con personas igual de «no detenidas» que yo. Esto tomó media hora. Me pusieron a mi lado a un jubilado de 62 años. Su nombre era Nikolai Arkadievich. Me dijo que lo detuvieron cuando estaba de compras y vio que la policía antidisturbios agarraba a un niño. «Lo defendí, traté de luchar contra él. Les dije: es solo un niño, ¿qué están haciendo?» – Nikolai Arkadievich compartió su historia. Como resultado, el niño pudo escapar y Nikolai fue detenido.

Nikolai, según sus propias palabras, recibió un fuerte golpe en el hígado. Pidió llamar a una ambulancia, pero ninguno de los policías respondió.

16 horas de infierno en la comisaría de Minsk

De este modo, vi que íbamos a ir a alguna parte. No sabía dónde exactamente. Más tarde resultó que era la comisaría de policía del distrito Moskovski de Minsk. Las 16 horas que pasamos allí resultaron ser un infierno para todos nosotros. Tardamos unos 20 o 30 minutos en llegar.

Tan pronto como se detuvo el minibús, había policías antidisturbios con chalecos antibalas parados en la calle gritando: «¡¡¡Cara al suelo !!!»

Varios policías se subieron a nuestro vehículo y nos doblaron los brazos a la espalda con tanta fuerza que nos era casi imposible caminar.

Al que iba delante de mí deliberadamente le golpearon la cabeza con el marco de la puerta a la entrada del departamento de policía. Gritó de dolor. En respuesta, volvieron a golpearle en la cabeza y a gritar: «¡Cállate, joder!» La primera vez que me golpearon fue cuando me sacaron del vagón, simplemente no agaché la cabeza lo suficiente y me golpearon con un brazo en la cabeza y luego con una rodilla en la cara.

En el edificio del departamento de policía, primero nos llevaron a una habitación del tercer piso.

La gente estaba tirada en el suelo como una alfombra viva, y nos vimos obligados a caminar sobre ellos. Me sentí realmente incómodo por haber pisado la mano de alguien, pero no veía en absoluto a dónde iba. Mi cabeza estaba fuertemente inclinada hacia el suelo. «Todos en el suelo, boca abajo», nos gritaron. Y no había ningún lugar para acostarse ya que la gente estaba tirada en charcos de sangre por todas partes.

Me las arreglé para encontrar un lugar para acostarme. No encima las personas, como segunda capa, sino junto a ellas. Solo podía acostarse boca abajo, boca abajo. Tuve la suerte de llevar una mascarilla higiénica, me salvó del shock de de un suelo sucio en el que tenía que enterrar la nariz. El tipo que estaba a mi lado, tratando de ponerse un poco más cómodo, giró accidentalmente la cabeza hacia un lado e inmediatamente recibió una patada en la cara con una bota militar.

Se producían fuertes palizas por todas partes. Golpes, llantos, gritos se escuchaban por todas partes. Me parecía que algunos de los detenidos se habían roto brazos, piernas o incluso la espalda, porque al menor movimiento gritaban de dolor.

Los nuevos detenidos fueron obligados a acostarse en una segunda capa. Pero, después de un tiempo, aparentemente se dieron cuenta de que esto era una mala idea y alguien ordenó traer bancos. Yo estaba entre los que podían sentarse sobre ellos. Pero al mismo tiempo, era posible sentarse solo con la cabeza baja y las manos entrelazadas en la parte posterior de la cabeza. Solo entonces me di cuenta de dónde estábamos: resultó ser el salón de actos de la estación de policía. Frente a mí vi fotos de policías que sirven de la manera más honorable. Me parecía una ironía maligna, me preguntaba: ¿se evaluarán los méritos de hoy de quienes nos golpearon como un servicio honorable?

Así pasamos 16 horas.

Para ir al baño, teníamos que levantar la mano. Algunos de los que nos custodiaban nos lo permitían y llevaban a la gente al baño. Otros decían: «Háztelo encima».

Mis brazos y piernas se entumecieron terriblemente, me dolía el cuello. A veces intercambiaban a los que estaban acostados y sentados. A veces llegaban nuevos agentes para volver a tomar todos nuestros datos: el apellido y la hora de la detención.

Aproximadamente a las 2 de la madrugada, los nuevos detenidos fueron llevados a la comisaría, y ese fue el momento en que comenzó la feroz brutalidad. Los policías obligaron a los detenidos a rezar, a leer el «Padrenuestro». Los que se negaron fueron golpeados con todos los medios disponibles. Sentados en el salón de actos, escuchamos a la gente golpeada en los pisos de abajo y arriba de nosotros. Parecía que la gente estaba literalmente siendo incrustada en el hormigón a pisotones.

Mientras tanto, se oían las explosiones de las granadas aturdidoras por la ventana. Los cristales de las mismas e incluso las puertas de la sala donde estábamos temblaban. La batalla estaba sucediendo justo bajo las ventanas del departamento de policía. Con cada hora que pasaba, con cada nuevo grupo de detenidos que llegaba al departamento, los policías se enfadaban más y se ponían más violentos.Los agentes estaban verdaderamente sorprendidos por el nivel de actividad de las protestas. Estaban furiosos de que la gente no dejara las calles, aunque le pegaran con más y más brutalidad. La gente no tenía miedo, estaba construyendo barricadas y resistiendo.

«Tú, hijo de p*ta, ¿contra quién levantabas barricadas? ¿Vas a luchar conmigo? ¿Quieres una guerra?» – gritó uno de los policías golpeando al detenido. Lo que más me chocó fue que estas palizas tenían lugar delante de dos mujeres, trabajadoras del departamento de policía. Estaban registrando a los detenidos y sus pertenencias. Había adolescentes de 15 o 16 años y niños recibiendo palizas delante de sus ojos. ¡Pegarle a gente así es como pegarle a las niñas! Y ni siquiera reaccionaban. 

Una chica herida por una granada aturdidora en Minsk.
Source: Uladz Hrydzin, Radio Free Europe

Para ser justos, no todos los agentes de policía fueron partícipes de la masacre y el sadismo. Había un capitán que se nos acercó, nos preguntó quién quería agua, quién quería ir al servicio. Pero no reaccionaba a lo que hacían sus colegas más jovenes con los detenidos en el pasillo. 

Los empleados de cada turno nuevo del departamento nos preguntaban quiénes éramos, de dónde éramos y cuándo nos habían detenido. Además, cuando veían mi pasaporte ruso, me daban menos golpes y más débiles comparados a los que me daban cuando pensaban que era ciudadano de Belarús.

No se nos permitió a ninguno hacer llamadas. Estoy seguro de que los parientes de muchos de los que estaban conmigo todavía no saben dónde están sus seres queridos.

Hacia las 7 o las 8 de la mañana, llegó el jefe de policía. Obviamente, no venía de su casa, sino de las calles de Minsk, donde continuaba la batalla campal. 

Comenzaron a realizar un censo de los detenidos. Resultó que faltaban dos. Comenzaron a correr por las oficinas, tratando de averiguar adónde se habían ido estos dos. No pudieron averiguarlo. Cuando estaba tirado en el suelo, vi a un hombre (o tal vez a una mujer) que llevaban sobre una camilla. La persona no se movió. No sé si estaba viva.

Después de eso, nos trasladaron a todos a la planta baja y nos pusieron en celdas para detenidos. Estaban diseñadas para 2 personas, y nosotros éramos unos 30. El proceso estuvo acompañado de groserías y golpes. Nos gritaban: «¡[Poneos] más juntos! ¡Más apretados!» Entre mis compañeros de celda había personas mayores y jóvenes. Allí volví a encontrarme con Nikolai Arkadievich. Pero estuvo con nosotros durante media hora, luego lo sacaron y lo metieron en una celda vecina vacía.

Durante la primera hora, las paredes y el techo de la celda se habían cubierto de condensación. Alguien, cansado de estar de pie, se sentó en el suelo, pero no había nada de aire y se desmayó. Los que estaban de pie estaban sufriendo por el calor. Pasamos dos o tres horas allí esperando el traslado. No sabíamos dónde nos trasladarían…

Se abrieron las puertas. «Cara a la pared», nos gritaron, luego los agentes se nos abalanzaron encima, empezaron a retorcernos las manos a la espalda ya arrastrarnos por el piso por todo el departamento de policía. En la vehículo volvieron a apilarnos, como una alfombra viva. Nos gritaron: «¡Vuestra casa es una prisión!» [cita alterada de una todavía popular película de detectives soviéticos – Nota del traductor] Los que estaban tendidos en el suelo se asfixiaban por el peso de los cuerpos: había tres capas más de personas encima de ellos.

Un camino de dolor y sangre

En el vehículo seguían golpeando a la gente: por llevar tatuajes o pelo largo: «Maricón, ahora te violarán en la cárcel», les gritaban.

Un manifestante herido durante las primeras protestas postelectorales en Minsk el 10 de agosto de 2020.
Source: Vasily Fedosenko, REUTERS via KYKY

Los que yacían en los escalones pidieron que se les permitiera cambiar de posición, pero recibieron golpes en la cabeza con un bastón de goma.

Pasamos una hora así en el vehículo. Pensé que, al parecer, no sabían qué hacer con nosotros, ya que había muchos detenidos y todos los centros de detención estaban abarrotados.

Pero, de nuevo, un policía gritó: «Gatead y poneos en cuclillas». Nos obligaron a poner las manos detrás de la cabeza. No nos dejaban recostarnos en los asientos ni enderezarnos. Aquellos que violaron este requisito fueron golpeados sin piedad. Se les permitió cambiar de pierna solo ocasionalmente. Para ello tenían que levantar la mano, dar su nombre completo, decir de dónde venían y dónde estaban detenidos.

Si al guardia (primero pensé que estábamos escoltados por la policía antidisturbios, pero luego descubrí que era el SOBR, Unidad Especial de Respuesta Rápida, fuerzas especiales militares dentro del Ministerio del Interior de Belarús) no le gustaba su apellido, tatuaje o apariencia , te prohibía cambiar de pie y te golpeaba si lo volvías a pedir. Además, más tarde dijeron que un intento de cambiar de postura se equipararía a un intento de escapar y, por lo tanto, a una ejecución en el acto.

Se ignoraron las solicitudes de parar para ir al baño. Nos ofrecieron orinarnos en los pantalones. Algunos no pudieron soportarlo, incluso tuvieron que cagarse en pantalones. Y así seguimos avanzando entre excrementos. Cuando nuestros guardias se aburrían, nos hacían cantar canciones, principalmente el himno de Belarús, y lo filmaban todo en sus teléfonos. Cuando no les gustaban las actuaciones, nos volvían a golpear. Cuando uno cantaba mal, los guardias nos obligaban a cantar de nuevo y luego nos ponían notas. «Si crees que estás sufriendo, esto todavía no es nada; lo vas a pasar peor en la cárcel. Tus seres queridos no te volverán a ver», nos dijeron los guardias.

«Vosotros, cabrones, estáis sentados aquí ahora, y su Tikhanovskaya (Svetlana Tikhanovskaya es rival política del actual presidente Alexander Lukashenko en las elecciones y, como creen los manifestantes, la ganadora de las elecciones. El 11 de agosto, bajo la presión de las autoridades belarusas, se vio obligada a salir del país – nota de Znak. com) se escapó del país, y no tendrá más vida«, – dijo uno de los guardias.

El viaje duró dos horas y media. Fueron dos horas de dolor y sangre.

Durante el viaje logré que uno de nuestros guardias hablara (luego supe que eran del SOBR). Por supuesto, fui golpeado por esto, pero no me arrepiento. Al final, más tardem me permitió tomar una pose más cómoda. Le pregunté por qué me detuvieron, por qué me golpearon en el cuello con un escudo, por qué me golpearon en los riñones. «Solo estamos esperando que empieces a quemar algo en las calles», me dijo. «Y luego empezaremos a disparar [a matar], tenemos una orden. Había una gran potencia: la Unión Soviética, y debido a maricones como tú, se derrumbó. Porque nadie te puso en tu lugar a tiempo. Si vosotros (se refería a la Federación de Rusia – nota de ZNAK.com) cree que ha infiltrado aquí a su Tikhanovskaya, ella lo ha engañado: debe saber que no tendrá una segunda Ucrania, no permitiremos que Belarús se convierta en una parte de Rusia.»

Una chica tratando de gritarles a los detenidos en el vehículo policial.
Source: Euroradio

«¿Por qué diablos viniste aquí?» – me preguntó.
«Soy periodista, vine a escribir sobre lo que está pasando aquí…»
«Bueno, cabrón, ¿ya has escrito? Recordarás este material durante mucho tiempo.»

«Dejen de torturarnos, simplemente sáquennos y fusílennos», gritó un joven que estaba al borde de un ataque de nervios por las palizas y el dolor.

«Joder, no, no te librarás tan fácilmente», respondió uno de los guardias.

Durante este largo camino infernal, me di cuenta de que entre esos guardias de SOBR había verdaderos sádicos y otros, ideológicos, que creían que realmente estaban salvando a su patria de enemigos externos e internos. Con los segundos se podía hablar.

La cárcel

No supimos dónde nos llevaban hasta el final del camino: a un centro de detención temporal, un centro de detención preventiva, una prisión, o tal vez solo al bosque más cercano, donde nos golpearían hasta dejarnos malheridos o muertos o simplemente hasta la muerte. En cuanto a la última opción, no estoy exagerando en absoluto, sentimos que podían hacernos todo lo que quisieran.

Cuando llegamos al punto final (lo llamaré así, porque no entendía completamente dónde estábamos), nos quedamos allí durante una hora y media o dos. Llegaron siete vehículos más con nosotros, así que había un pequeño atasco. Cuando llegó la orden de salir de los vehículos, nos sacaron de rodillas. Luego nos llevaron a un sótano, había gente y perros de servicio.

Esto hacía que nos diera aún más miedo lo que pudiera pasarnos pero, al final, resultó que no daba tanto miedo como el departamento policial del distrito Moskovski.

Durante mucho tiempo nos llevaron por unos pasillos, y depués nos llevaron al patio de la prisión, como los que se ven en la tele, para que den paseos los presos. Para nosotros era casi un paraíso.

Pudimos bajar los brazos por primera vez en todo el día, erguirnos y, lo más importante, nadie nos había pegado todavía. Un chico tenía la espalda dañada, porque los agentes de policía le habían saltado encima en el departamento. También tenía la rodilla salida, la tenía salida, le colgaba. Así que salió al patio y se cayó inmediatamente. 

Por primera vez en esas 16 horas nos trataron como a seres humanos. Nos trajeron un cubo para que pudiéramos ir al baño (¡algunos no lo habíamos hecho en todo el día!) y nos trajeron una botella de litro y medio de agua. Por supuesto, no era suficiente para 25 personas, pero, aún así… 

¿No nos van a volver a pegar? – Preguntó uno de los detenidos al que nos había traído el cubo y el agua.

«No», respondió sorprendido el trabajador. «Ahora os vamos a mandar a las celdas y ya está.»

Vartan Grigorian, liberado, muestra sus heridas tras ser golpeado por la policía.
Source: Natalia Fedosenko, ТАСС / Scanpix / LETA via Meduza

Por primera vez pudimos hablar los unos con los otros. Había empresarios, especialistas de TI, cerrajeros, dos ingenieros, un constructor y algunos antiguos presos. Por cierto, uno de ellos dijo que aquello en Zhodino no era un centro de detención temporal, sino una verdadera prisión. Lo sabía porque había cumplido parte de su condena allí antes. Junto trajeron a mi amigo Nikolai Arkadievich al patio. 

Un hombre vestido de uniforme salió al puente sobre el patio de la prisión. «¡¿Telizhenko?! ¡¿Está aquí Nikita Telizhenko?!», gritó. Y yo le respondí. Un hombre vestido de militar habló con otro que había a su lado, y después gritó: «Nikita, ven a la puerta, ahora vienen a por ti».

Mis vecinos de celda se alegraron mucho por mí. «Bueno, por fin te llevan», me dijo Nikolai Arkadievich al despedirse.

El camino a casa

El hombre de uniforme resultó ser el Coronel Iliushkevich del Servicio Penitenciario del Ministerio del Interior de Belarús. Dijo que a otro ciudadano y a mí (el otro resultó ser un reportero de noticias de la agencia RIA Novosti) se nos iban a llevar. Yo no sabía quién. «Trabajadores del KGB belaruso o trabajadores de la embajada rusa», pensé. Me devolvieron todas mis pertenencias y salimos de la prisión.

Había mucha gente esperando allí: familiares buscando a sus seres queridos, que habían desaparecido tras su detención; defensores de los derechos humanos. Nos recibió una mujer que se presentó como trabajadora del servicio de migración de Belarús. Nos llevó a la ciudad de Zhodino, al departamento de migración. Allí nos tomaron las huellas dactilares y nos expidieron una orden de deportación, de acuerdo con la cual tanto yo como el corresponsal de RIA Novosti estábamos obligados a abandonar el país antes de las 12:00 PM. En ese momento ya eran las 10:30 PM.

Según ella, a mí me iban a juzgar al día siguiente. No podía explicarme cuáles eran los cargos (no vi ningún documento en que se me acusara de faltas administrativas o criminales), pero dijo que se me podría arrestar durante un periodo de entre 15 días y seis meses.

Después llegó un oficial del consulado ruso. Dijo que, para encontrarnos, el embajador ruso había llamado personalmente a la dirección del Ministerio de Exteriores belaruso. El diplomático nos metió en un coche y nos dirigimos a Smolensk, Rusia. 

En la siguiente hora y media logramos cruzar la frontera con la Federación Rusa, llegamos a Smolensk a las 2:30. El cónsul nos trajo un par de hamburguesas porque ni yo ni mi compañero teníamos dinero ruso. Nos llevó a un hotel y se fue. 

Ahora estoy de camino a Moscú, desde donde sale mi vuelo a casa, a Ekaterimburgo.